Winston Estremadoiro: La ciudad del aroma

Me embeleza el embrujo de una dama de la noche, aclarando que es una mata obsequio de un jurisconsulto que recordaré siempre, como a los que me regalan plantas o libros, cuyas flores emanan fragantes efluvios nocturnos en mi jardín. Semejante trasfondo consiente preguntar si existen ciudades perfumadas, tal como se dan aromas diferentes entre los humanos. No se requiere don de Grenouille, protagonista de la novela El Perfume de Patrick Susskind, para percibir que las personas huelen diferente, no sé si por dieta o por raza; quizá ambos. Recuerdo a una gringuita que observó que mi cuerpo olía a acero, ojalá toledano; ella emanaba aroma de leche y romero. Envidio a un compositor brasileño celebrando el "corpo cheiroso" de una mulata. Ah, la fragancia a cusi y tarope de la cambita saliendo del arroyo a la hora de la oración. En el léxico de los tiempos, es k"ara un amigo que se califica paceño y bolivarista por la gracia de Dios y para envidia de todos ustedes. No le cayó bien que en bando de alguna fiesta fuese nombrado cónsul de Indianápolis en la Llajta. Algún hipócrita fariseo tildará de racismo ese estereotipo liviano de arrimados que confluyeron primero a la hoyada paceña, luego a la creación artificial en que dividieron la gran Chuquiago. Hoy tienen a la sede de gobierno cautiva de sus montoneras oclusivas. En sufrido tiempo de cartonero, bastaron travesías en busetas públicas a cobrar a mis clientes en ese inmenso caserío, para fijar en mis fosas nasales su pungitivo aroma, que un ocurrente Paulovich llama la variante aymara del perfume Jean Patou. Ni estereotipo prejuicioso ni racismo desbocado se sustrae a evidencia olfativa de la suciedad incivilizada que dejaron a su paso por La Paz y en pleno centro neurálgico de la sede de gobierno y sus alrededores, las hordas subvencionadas y aleccionadas por el mismísimo Evo Morales. Desde el inicio de su marcha en Caracollo para chantajear la aprobación de su Constitución, hasta su bailoteo triunfal frente al Palacio Quemado. De tal olorosa situación comentaba un amigo desde límpidos aires de Portland, en Estados Unidos. Se preguntaba que si el gobierno sufragó agua, comida, viáticos, banderas, camaretas y pasacalles, cuando no infusiones de té y alcohol para calentar efusión partidista, ¿por qué no suministró inodoros portátiles para paliar la contaminación líquida y sólida de turbas que, no siendo querúbicas, orinan y defecan? La prensa comentó de la veintena de toneladas de basura que los marchistas excretaron en la Plaza Murillo, que ahora bien podía llamarse Plaza Tufillo. Fotos registran el desparpajo de media centena de mineros rociando manguerazos no para lavar la catedral metropolitana. ¿Y las cholas tapadas por sus polleras que se sientan a salpicar y pedorrear adonde fuera? Según la Alcaldía de La Paz, cinco baños municipales estaban abiertos gratuitamente para los marchistas. Imagínense, si fueron cien mil daba a veinte mil por baño; digamos que la mitad tomaron dos minutos para el número uno: se necesitaban más de 800 días. Digamos que la otra mitad tomó cinco para el número dos: necesitaban más de 2.000 días. De todas maneras, el mandamás se lavó las manos diciendo que los marchistas "no utilizan estos baños porque buscan ir al lugar más cercano". Y los paceños felices con el buqué... No llego a desear, como mi amigo en Oregón, que un ataque de diarrea general frente al palacio de gobierno hiciera que los diarios del mundo arrancaran con titulares como "La Paz invadida por decenas de miles que hacen el número dos, y Evo no proporciona inodoros". De todas maneras, tal es la infatuación con el narcisista indigenista boliviano, que algún reportero propondría envasar el aroma para hacerlo ingrediente secreto de alguna loción, que alguna viuda francesa bautizaría Evocacauxo algo así. No faltará socialista de cafetín y corazón sangrante que salga al frente con que los efluvios de la Plaza Murillo son la fragancia de la pobreza. Yo, que concuerdo con que tal triste condición humana tiene aroma, respondo que cuando acabe la quimera populista de Evo Morales, apuesto a que habrán aumentado los espectros del norte de Potosí pidiendo limosna en las calles. Porque no será con marchas estridentes que cesará la inflación. Ni con bloqueos malolientes que se crearán empleos. Salvo las pegas de asalariados pongos políticos a los que se permite mancillar plazas; y las nóminas de sus pares étnicos y de clase los humildes barrenderos, casi siempre mujeres que limpian las cochinadas en la madrugada. Propongo que como Nueva York se subtitula la Gran Manzana, París la Ciudad Luz y Río de Janeiro la Cidade Maravilhosa, la sede de gobierno de Bolivia sea promovida como la Ciudad del Aroma. Y los que inicien los trámites sean los ilusos que movieron cielo y tierra para que otorguen el Nóbel de la Paz a Evo, más sus adulones de la Alcaldía paceña. Ya que está probado que la Ciudad del Aroma es una versión moderna de la sitiada por Túpac Katari, y la nueva Constitución sanciona zonceras como 36 idiomas oficiales, ¿por qué rehúsan dar a la Ciudad Blanca, Sucre, la capitalidad plena? Claro, habría que blindarla contra las montoneras. Cito dos ejemplos. Decía Allende que se hería a Chile y a todos los chilenos si las huelgas duraban largo tiempo. ¿Acaso no rige lo mismo para bloqueos, marchas y cercos, "pacíficos" hasta que un cobarde lanza sopapo a mansalva a una diputada de oposición? Una sencilla y laboriosa Bachelet arenga que nada puede estar por encima de la ley: ¿le vale un pepino al imitador yesca de Hugo Chávez? En este país de ilusiones, vaticino que el celebérrimo Evo Morales será uno más de la galería de antihéroes que mantienen al país en la miseria y la inestabilidad, sin que la ignorancia interna y la obnubilación externa permitan ver su verdadera faz. winstonest@yahoo.com.mx
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