Luego del referéndum revocatorio, ocurrió lo que se temía: Bolivia ha confirmado que tiene dos visiones claramente contrapuestas que han agudizado su confrontación al recibir cada una la confirmación de que gozan del respaldo ciudadano, unos mayoritariamente en provincias y otros en las capitales urbanas.
La distribución geográfica de los resultados de la consulta muestra que el discurso regional y las consignas de contenido racista han logrado efecto en los bolivianos. Nuestro país se ha dividido en posiciones que parecen irreconciliables en tanto no ocurra un cambio de timón en los actores enfrontados, que, como se esperaba, han leído los resultados de la consulta de acuerdo con sus intereses, obviando el alto porcentaje obtenido por sus contrarios, hecho que dificulta vislumbrar el final de la crisis.
Lo cierto es que el presidente Morales obtuvo un amplio respaldo en provincias y un significativo rechazo en las capitales urbanas, señal de su alejamiento de las clases medias, sector importante e incluso definitorio en un proceso de transformación como el que pretende liderizar. Por otro lado, cívicos y prefectos cosecharon el resultado inverso, comprobando que, en sus propios territorios, sus propuestas pueden quedar cercadas por los habitantes del área rural y quedar el país otra vez atrapado en una situación de empate catastrófico crónico, que sólo es posible desequilibrar por dos vías: la violenta o la concertada.
En este contexto, mientras prefectos y Gobierno se reunían en La Paz, nuevamente sobre la base de una pésima y negligente preparación del diálogo, el Prefecto y el Comité Cívico de Santa Cruz enviaron la señal post referéndum de que habrían optado por la vía violenta y que utilizarían la bandera del IDH para arrastrar al pueblo cruceño hacia la confrontación contra el gobierno de Morales.
En el otro frente, con un respaldo masivo en las urnas, el Gobierno ha reaccionado mostrando síntomas de que no irá por la vía de la concertación, ya sea porque no tiene desde su visión la necesidad de hacerlo o porque no cuenta con la capacidad necesaria para lograrlo; si por el contrario, su opción fuera concertar, una de las primeras acciones debería ser el inevitable cambio de ministros. Es decir, el cambio de funcionarios desgastados por acciones confrontadoras, como los casos de Quintana o de Rada que, con los hechos de Santa Cruz, en contra de los discapacitados, ratificó por enésima vez que no tiene capacidad para estar a cargo de la fuerza pública en periodos democráticos.
En aras de la paz, es imprescindible que el Presidente de la República incorpore a su gabinete bolivianos que contribuyan a la conciliación y, al mismo tiempo, ayuden al proceso de cambio que abraza la mayoría de los bolivianos al entender que este es necesario para el desarrollo equitativo y pacífico pensando en un futuro sostenible. Nuevos ministros son indispensables, pues se precisa de interlocutores que generen el respeto y la necesaria credibilidad que el actual gabinete ha perdido, inhabilitándose así para una solución dialogada. Esta es la única manera de construir una mesa de negociación y lograr acuerdos con sectores de la Media Luna que estén dispuestos a soluciones contrarias a voces separatistas que, hoy por hoy, se entremezclan peligrosamente con las reivindicaciones justas de las regiones.
*José Luis Bedregal V.
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