En nuestro país, la intensa y asfixiante agenda política demandó niveles de atención excesivamente altos por parte de las altas esferas gubernamentales, con una incidencia negativa en la atención que debió darse a otras agendas y, de manera especial, a la económica. Asimismo, esta situación se manifestó en el ámbito de las más altas instancias políticas de la oposición y, lo que es más preocupante, también se verificó en el caso de ciertos dirigentes de los propios agentes económicos. Así, una serie de problemáticas y proyectos que debían impulsarse a través de un accionar coordinado y compartido entre diferentes sectores económicos y sus correspondientes instancias públicas quedaron relegados, en circunstancias en que el contexto externo se presentaba muy favorable para el desarrollo de nuevos emprendimientos productivos en el país. Si se tiene en cuenta que, como consecuencia de los efectos globales de la actual crisis financiera, desaparecerán dichas oportunidades y, por el contrario, se generarán situaciones adversas que afectarán el desempeño de los agentes económicos privados, no cabe duda de que el panorama se complicará en el futuro y demandará una atención urgente de los temas pendientes de la agenda económica, en la cual se destaca la generación de empleos dignos. Al respecto, se debe considerar que, según una reciente encuesta del CEDLA, la tasa de desempleo en nuestro país alcanza al 10 por ciento; es decir, que más de 350.000 personas no tienen una fuente de empleo. Más allá de la polémica en torno a la magnitud de este indicador —el Ministerio de Trabajo, sobre la base de sus propios datos, sostiene que la tasa de desempleo hubo descendido a niveles inferiores al 8 por ciento—, lo cierto es que, en los anteriores años, la creación de empleos a partir de iniciativas impulsadas por los planes gubernamentales se caracterizaron por su precariedad. Los empleos generados por programas de empleo como el Empleo Digno e Intensivo, Propaís, Plan Nacional de Vivienda, o los patrocinados por prefecturas y municipalidades, no son estables, tampoco están protegidos por normas laborales y no garantizan niveles de remuneración suficientes. En otras palabras, se puede discutir en torno a las cantidades del desempleo; sin embargo, en términos cualitativos no cabe duda de que la generación de empleos dignos estuvo ausente. Ahora, que el contexto externo dejó de ser favorable para el desarrollo de nuevos emprendimientos y se empieza a sentir sus efectos negativos —a estas alturas, la situación de los productores mineros de zinc ya es delicada—, será más difícil generar empleos dignos; sin embargo, seguirá siendo la tarea más importante para los propios actores políticos pues es la más anhelada por los bolivianos. ¿Qué hacer? No se necesita de nuevas ideas/recetas, pero tampoco se puede esperar que las correspondientes acciones a ser desarrolladas reditúen frutos inmediatos como sucede con los mecanismos enmarcados en políticas de generación de empleo, de emergencia o de carácter asistencialista. De hecho, en el 2003 se lanzó desde, el entonces, Ministerio de Desarrollo Económico el llamado Plane Productivo, concebido como un eficaz puente para transitar de la promoción del empleo de emergencia al empleo estable y digno, pero quedó frustrado por la falta de continuidad en la aplicación de políticas públicas en Bolivia.
* Economista y docente universitario
jorgetorresobleas@hotmail.com
http://www.laprensa.com.bo/noticias/14-10-08/14_10_08_opin1.php
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