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Por Luis Eduardo Siles
Si hay un componente transversal al discurso y a la comunicación oficialista es el que hace al deliberado fomento a las actitudes racistas que, si bien existían en la sociedad boliviana, han adquirido hoy un lugar pre eminente como consecuencia de la política de “re etnización” llevada a cabo desde arriba y mediante la cual se atiza deliberadamente el odio racial. Es paradójico y desconcertante que ante los lamentables hechos de Sucre, donde unos ciudadanos fueron agredidos —por razones mucho más políticas que de otra índole— los voceros del Gobierno denuncien, dando de alaridos de urracas, hechos de eventual racismo mientras que han permanecido en silencio sobre decenas de casos mucho más graves como el de Rolando Gira Meruvia, enterrado vivo en Ivirgarzama por extraviarse de su camino y hablar con acento oriental; los que conciernen al concejal alteño De la Cruz, filmado colgando a un hombre; los que hacen al ingrediente racial en casi cien linchamientos desde que el MAS es gobierno, y a la mutación de los patrones de relacionamiento entre bolivianos cuyas diferencias étnicas y regionales han sido metódicamente exacerbadas y contrapuestas para generar confrontación.
Esta espiral de violencia con base en un redescubrimiento de las raíces étnicas es directamente proporcional a la cantidad de resentimiento, odio y ánimo de venganza que caracterizan al populismo oficialista, pero también ha sido teorizado con todas las de la ley. Quien tenga alguna duda, revise lo que al respecto ha sido escrito por los ideólogos de este zafarrancho, empezando por el vicepresidente García y el constituyente Prada, cuya enfermiza categorización étnica ha sido plasmada en el proyecto de Constitución masista aprobada a la fuerza en Oruro y que, literalmente, crea y pone en valor divisiones étnicas y raciales que son una agresión a lo que la humanidad ha avanzado en esa materia.
El ingrediente racial está también presente en el afán de establecer relaciones gubernamentales con Irán, cuyo gobierno hace del antisemitismo el eje de su política internacional, habiendo su Presidente convocado en reiteradas oportunidades a la destrucción del Estado y el pueblo de Israel. No deja de ser preocupante y perturbador que infinidad de paredes en el altiplano estén pintarrajeadas en contra de los “judíos croatas”.
Todo esto ocurre en un momento en que el pueblo de EEUU ha elegido a un candidato afroamericano a la Casa Blanca, una de cuyas mayores fortalezas es no referirse a categorías raciales prácticamente nunca y cuando se van a cumplir 12 años de la puesta en vigencia de la Constitución sudafricana, que no menciona ni una sola vez la palabra “negro” o “blanco”.
Esta espiral de violencia con base en un redescubrimiento de las raíces étnicas es directamente proporcional a la cantidad de resentimiento, odio y ánimo de venganza que caracterizan al populismo oficialista, pero también ha sido teorizado con todas las de la ley. Quien tenga alguna duda, revise lo que al respecto ha sido escrito por los ideólogos de este zafarrancho, empezando por el vicepresidente García y el constituyente Prada, cuya enfermiza categorización étnica ha sido plasmada en el proyecto de Constitución masista aprobada a la fuerza en Oruro y que, literalmente, crea y pone en valor divisiones étnicas y raciales que son una agresión a lo que la humanidad ha avanzado en esa materia.
El ingrediente racial está también presente en el afán de establecer relaciones gubernamentales con Irán, cuyo gobierno hace del antisemitismo el eje de su política internacional, habiendo su Presidente convocado en reiteradas oportunidades a la destrucción del Estado y el pueblo de Israel. No deja de ser preocupante y perturbador que infinidad de paredes en el altiplano estén pintarrajeadas en contra de los “judíos croatas”.
Todo esto ocurre en un momento en que el pueblo de EEUU ha elegido a un candidato afroamericano a la Casa Blanca, una de cuyas mayores fortalezas es no referirse a categorías raciales prácticamente nunca y cuando se van a cumplir 12 años de la puesta en vigencia de la Constitución sudafricana, que no menciona ni una sola vez la palabra “negro” o “blanco”.
