Más allá de las obvias diferencias correspondientes a sus respectivas circunstancias históricas, todos los procesos políticos que se proponen transformar radicalmente las estructuras económicas y políticas de la sociedad tienen características comunes. Las muchas revoluciones que se han producido durante los últimos siglos muestran rasgos que les son comunes. Uno de ellos consiste en que una vez superada la etapa inicial, la de la euforia provocada por las enormes expectativas que unen a quienes se identifican con la causa revolucionaria, comienzan a aflorar las discrepancias internas. Los abusos de poder en que incurren los nuevos jerarcas, la corrupción, el fanatismo, la intolerancia hacia las críticas provenientes de las propias filas, son, entre otros, los síntomas como se manifiesta ese fenómeno. Cuando eso ocurre, los que dominan en el nuevo régimen se encuentran ante un frente de lucha interno. La censura, la represión, la coerción, hasta entonces dirigidas sólo contra “los enemigos del cambio”, comienzan a llegar también a aquellos que le ponen un límite a su lealtad al proceso. Es la hora de los disidentes, de las purgas internas y de los serviles. Al llegar a ese punto, se traza una nítida línea demarcatoria entre quienes son leales y quienes no lo son. Y por lealtad ya no se entiende la adhesión consciente, basada en ideales, valores o principios doctrinarios. Eso ya no es suficiente. Lo que se requiere es servilismo incondicional, ciego acatamiento a la voluntad del caudillo y sus arbitrariedades, total renuncia al espíritu crítico. En Bolivia estamos siendo testigos de las primeras manifestaciones de la nueva etapa a la que ingresa el “proceso de cambio”. Es de las filas oficialistas de donde provienen las más serias denuncias contra los excesos de la jerarquía gobernante y quienes optan por la lealtad a sus propias convicciones se alejan o son alejados, y su lugar es ocupado por los más dispuestos a exhibir con orgullo una actitud lacayuna libre de todo escrúpulo. Notables ejemplos de esto último los hemos visto recientemente. Es el caso de un ex activista defensor de los derechos humanos transformado en un entusiasta violador de los mismos. Un periodista, además ex dirigente de su sector, convertido en guionista de una feroz arremetida contra su gremio para congraciarse con los dueños del poder es otra elocuente muestra de las cualidades que el régimen exige a sus servidores. A medida que avanza el proceso revolucionario, la aplicación de las nuevas reglas se va extendiendo a toda la sociedad. Pero se comienza por las propias filas. Por ahora, quienes tienen que elegir entre la lealtad, la disidencia o el servilismo, son los seguidores del MAS y su proyecto político.
http://www.lostiempos.com/noticias/13-12-08/editorial.php
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