Cómo autolimitarse cuando se critica a un gobierno que no practica la autolimitación? Ése parece ser el dilema planteado por el numeral segundo del artículo 107 en la propuesta constitucional, que aún virtuoso defensor de los principios de “veracidad” y “responsabilidad” en la información y las opiniones emitidas a través de los medios de comunicación, deja inconformes a las asociaciones de la prensa nacional. Ante la riesgosa encrucijada institucional que creaba el 107 en el borrador de Oruro referido a la regulación de los medios de comunicación, y que sugería sigilosamente la censura constitucional a las libertades de prensa y expresión, se dispuso modificar, entre los más de cien, la palabra regulación por autorregulación, agregando a su tenor que dicha competencia corresponde en exclusiva a las organizaciones de periodistas, medios de comunicación y su ley.
Resulta confuso, pero al final comprensible, el deseo de la prensa asociada por eliminar del 107 tales principios. A primera vista no parece nada positivo su rechazo a someterse a lo ético figurado en la idea de tan respetables principios. Pero sucede que la virtud ética no reside en las ideas sino en cómo se articulan, acoplan a las de los demás y se interpretan pública y libremente (la idea es algo que todos concebimos, pero no todos valoramos de la misma manera, por este hecho es que los principios éticos en general plantean dilemas morales que deben tratarse, aunque algunos prefieran ignorarlos o tomarlos a su favor). Y entonces, el miedo existe. Si un gobierno agregador de organizaciones y destructor de instituciones decidiera capturar la prensa nacional, germinaría la amenaza eventual de perfilar la “autorregulación”, la “veracidad” y la “responsabilidad´, según su convencional y hegemónica interpretación. Es por ello que el séptimo liberador de la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos señala: “Condicionamientos previos, tales como veracidad, oportunidad o imparcialidad por parte de los Estados son incompatibles con el derecho a la libertad de expresión reconocido en los instrumentos internacionales”.
El panorama queda todavía más claro cuando analizamos el agigantamiento y la fortaleza que han cobrado la figura presidencial y la confrontación social. Sin lugar a dudas, el falsificado y vendido debate congresal de antaño, tan sombrío como traidor, ha perdido en proporción lo que hoy ha ganado la coacción y la violencia política. Ambos escenarios son negativos, pero en este último los medios no solamente han ayudado a la propagación de la hegemonía masista, sino también cobijado a la oposición, más y menos novedosa, más y menos reflexiva, pero finalmente mucho más transparente. Fugada de la violencia y el mesianismo actuales.
Todo parece apuntar a que la no interpretación de la información y la opinión es deseable aunque a muchos les duela, porque responde por carácter a la proporcionalidad, de límites o de excesos. Queda pendiente desistir de la violencia callejera, reverdecer las instituciones y refrescar el debate plural, pero también desistir de las palabras que incendian y censuran otras válidas visiones de la protesta social.
Apuntarse a un cambio a ciegas, mudos y sordos no es simplemente engancharse a la hegemonía campeona, sino embaucar el debate público y promover el unanimismo que desmoraliza la democracia plural y competitiva. Sin un cambio proporcional de actitud del Gobierno, el dilema moral seguirá en alta tensión. Se suprima o no la engañosa virtud del 107.
*William Kushneres especialista en Opinión Pública.
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